lunes, 15 de noviembre de 2021

¿Rockero yo?

 

¿Rockero yo?

 

—¿Alguna vez has sido víctima de rechazo por el simple hecho de que la forma en la que te vez no coincide con la forma en la que te comportas?

» Bueno, yo sí, así que te quiero contar mi historia para que entiendas mi dolor y mi sorpresa.

 

Cierra los ojos por un momento e imagina: Chico de 15 años, mejor promedio no solamente de su clase, sino también de su generación, campeón regional de ajedrez y prospecto #1 para ganar una beca e ir a estudiar al extranjero.

 La mayoría de la gente pinta a ese chico como un adolescente promedio, con lentes, un poco de acné, pelo corto, jovial y activo… El problema es que yo, salvo el acné, no cumplo con esas características. Yo soy, lo que los maestros del colegio llaman, “la galleta que se cocinó fuera del molde”.

 Como dice The 69 Eyes: “Baby I’m a rocker”. Cabello largo, típicamente vestido de negro, uñas color negro y los audífonos siempre reproduciendo rock de los 80s y 90s con el sonido a reventar.

 Y eso, habitualmente, no sería mayor problema salvo por dos cosas:


1.   Mis compañeros de colegio parecen tener un problema con el hecho de que yo sea un “nerd”, pero no me vea como uno.

2.   No soy ni jovial ni activo porque la silla de ruedas no me deja serlo. Y yo no tengo problema con eso, pero cuando ruedas a 5km por hora, no te puedes escapar a tiempo para dejar atrás los comentarios negativos sobre tu apariencia.

         Poison dijo una vez que cada rosa tiene su espina, y resultó que tenía razón. Mi rosa fue por mucho tiempo el rock, que me llena de felicidad y me hace sentir vivo, y mi espina eran las expectativas de los demás. Al menos hasta que hablé con mi abuelo.

Fue idea de mis papás, probablemente debido a que ya no sabían cómo lidiar con mis gustos musicales y algunos profesores y hasta papas de mis compañeros estaban preocupados por la forma en la que vestía, con camisetas negras de mis cantantes favoritos, el “nerd de la silla de ruedas”. 

 Mi abuelo se describiría a sí mismo como un magnate de la industria hotelera si no fuera tan modesto; pero basta con decir que tiene cadenas en 20 países diferentes para que la gente entienda el impacto de sus negocios.

 Yo estaba muy nervioso cuando me llevaron a conversar con él y mientras movía lentamente mi silla de ruedas como quien no quiere ir, sentía cierto temor al regaño.  Pero estuve equivocado. Tomamos café, vimos una película y luego, durante la cena, decidí tocar el tema:

 

—Abuelo, ¿para qué me enviaron mis papás hoy aquí?

—¿Para qué crees vos que te enviaron?

—Supongo que para que me regañes por mis gustos musicales, pero te veo muy tranquilo. ¿Por qué?

 

Abuelo dejó ver una enorme sonrisa y luego dijo las palabras que me cambiaron la vida para siempre:

 

—¿De dónde crees vos que sacaste esos gustos, muchacho?

 

Resultó que abuelo fue, desde su adolescencia, un amante del rock como yo. Así que mis papás no me enviaron con él para que me regañara, sino para que escuchara la lección que quería darme; la lección más importante que he aprendido en mi vida:

 No importa cómo nos veamos o qué música escuchemos, lo importante son los valores que llevemos dentro y cada uno de esos talentos que la vida nos ha regalado para explotar y ser felices. Porque, al final, nuestra apariencia, nuestras capacidades físicas y nuestras calificaciones no nos definen; simplemente se ajustan a lo que pensamos de ellas: Si las vemos como limitantes, nos limitan. Y si las vemos como oportunidades, nos harán mejores cada día.

 Si quienes nos rodean no entienden eso, mal por ellos; pero nosotros debemos seguir avanzando y nunca, pero nunca, debemos renunciar a nuestros gustos por culpa de ellos. Nos debemos a nosotros mismos, no a las expectativas que tienen de nosotros 😊



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