Si estás en
tus veinte o menos, apuesto que no entendiste muy bien el título. Pues déjame
decirte que esas tres palabras describen a la perfección a mi abuelo. Él era un
señor alto y fuerte que siempre usaba una boina, sí, sí… de esos sombreros que
a tu generación le parece que son un poco franceses. Pues no lo son. Los usaban
mucho los abuelos, aquí, en Costa Rica, hace 90 y hasta 100 años. Esa edad
tendría mi abuelito, si todavía viviera.
Además, era
un apasionado de la música. Tocaba la armónica de una manera espectacular.
Siempre la guardaba en el bolsillo de su camisa y la sacaba a cada rato para
tocarnos complejas y alegres melodías. Hacía alarde de su increíble talento. A
veces estábamos hablando y él simplemente me interrumpía para tocar una pieza. Yo
sonreía, pues era imposible que me molestara con él.
Pero no solo
tocaba la armónica, usaba sus manos como palillos de tambor contra cualquier
superficie, tocaba también un órgano viejo que tenía en su casa y cuanto
instrumento le acercaran. ¿Cuándo aprendió? ¿Cuál fue el método? Yo aún no
tengo ni idea cómo hizo un chiquillo de 7 años que fue abandonado a su suerte
en la calle, que limpiaba zapatos para ganar algunos centavos, para
relacionarse tanto con la música y disfrutar tantísimo de las melodías. Ese fue
mi abuelo, un niño solo. Un niño que se abrió camino.
Mi abuelo era
coleccionista de elepés o discos de larga duración. Su tocadiscos era
todo un espectáculo para nosotros, sus nietos, que aplaudíamos, bailábamos y
girábamos alrededor del gran aparato. Definitivamente eran buenos tiempos.
A mi abuelo
lo enterramos con su boina favorita, con su armónica en el bolsillo de su
camisa y un LP debajo del brazo. Todavía lo recuerdo claramente… Murió ya hace
12 años…
Con él
murieron miles de historias, muchas tradiciones y algunos dichos. Una
generación entera se esfumó en esa tumba. Aunque debo reconocer que me río de
vez en cuando recordando sus chistes.
Que tengo en
mi memoria cuando me alzaba muy alto ¡yo con 18 años! él demostrándome que
todavía tenía fuerzas y que los abuelos siempre cargan a sus nietos.
También recuerdo
que él me enseñó de niña a usar el cuchillo ¡qué cómo se me ocurría que iba a
comer con una cuchara! O cómo fingía una discapacidad para colarse en una fila
¡qué vergüenza me daba!
Y entonces me
pregunto si perdimos a esa generación… me cuestiono si la dejamos ir… o si vive
más cerca de nosotros de lo que imaginamos.
Y me doy
cuenta que es así, cuando escucho a mis hijos adolescentes repetir los dichos
de mi abuelo, hacer los sonidos que hacía para sacarnos las risas… los veo
tocando el viejo órgano que ahora ya es toda una reliquia que todavía conservo,
lo tocan “de oído” tal y como él hacía… solo porque sí… sin que nadie les
enseñara.
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