Aún recuerdo
el sonido de sus pantuflas sobre el piso de madera. Mi abuela tenía un pie muy
pequeño y era muy sigilosa.
Cuando la recuerdo,
en lugar de imágenes específicas o momentos determinantes que compartimos
juntas que me vengan a la memoria, más bien siento cosas. La memoria de mi
abuelita se encuentra en un ámbito sensorial muy fuerte para mí. Voy a tratar
de explicarme mejor.
El recuerdo
de mi abuelita es como una sensación tibia cerca de mi pecho. Es como un gran
abrazo, gigante. ¡Y eso que ella era muy pequeñita!
Cuando la
recuerdo, huelo su comida, ¡era deliciosa! Cuando pienso en ella escucho esos
piecitos incansables moviéndose por toda la casa, recogiendo la ropa sucia,
arreglando los uniformes de la escuela de algunos de sus nietos, lavando
trastos, barriendo… haciendo.
Era muy
sigilosa. Casi no hablaba. Nunca la escuché regañar. Nunca se sentaba. No tenía
tiempo para conversar.
Recuerdo que
siempre me recibía contenta, me daba comida y me alistaba alimento para llevar,
en tarritos de mantequilla.
Ahora que soy
una mujer grande, y que ella ya no está, comprendo que a me corresponde a mí
misma, como su nieta, visibilizarla. Visibilizar los recuerdos, los momentos,
las memorias. Hacerlo yo, para mí, pero también para las nuevas generaciones.
En todas las
casas se hace el trabajo que se hacía en la casa de mis abuelos. Lavar la ropa,
los trastos, atender hijos y nietos, mascotas, alimentar, cuidar de otros… y se
asume que estas tareas se realizan de forma casi automática, de manera natural,
de forma invisible. Pero no. Detrás de estas tareas hay un rostro…unas manos…
un tiempo invertido.
Se asume que
cada familia resuelve estas tareas como pueda y en general se soluciona con el
tiempo de las mujeres. Con el tiempo de mi abuelita. Es un asunto íntimo,
privado… del que apenas estamos empezando a conversar las nuevas generaciones.
Hoy día se
critica a las generaciones jóvenes, se les llama “ninis” porque no estudian ni
trabajan. Sin embargo, también se ha evidenciado que 3 de cada 4 personas
jóvenes que no trabajan ni estudian son mujeres, que están a cargo de los
oficios de la casa y de los cuidados de sus hermanos menores.
Mi abuelita
me enseñó el hermoso rostro del cuidado. Me enseñó que detrás del cuidado hay
AMOR. Así, en mayúscula. Y que se reciben muchas gratificaciones. Pero esto no
quita el hecho que es trabajo. Es tiempo. Y no es remunerado.
Abuelita hoy
reconozco tu trabajo. Te reconozco de mujer a mujer. Te veo. Abuelita te
extraño, extraño tu comida, tus chineos… Pero, sobre todo, lamento no haber
conocido más detalles de tu historia, de tus gustos, preferencias y aquello que
te hacía sonreír. Casi casi puedo escuchar tu voz nerviosa pensando que ¡qué
ocurrencias las mías! Que lo que más te traía felicidad era servir, cuidar,
ayudar. Y te lo agradezco infinitamente. Pero abuelita… mis pasos hacen un
poquito más de ruido y yo me quejo y yo exijo compartir esas tareas, detrás de
ellas está el amor, pero son tan grandes que requieren de dos, de tres, de toda
la familia… requieren que se involucren no solo los abuelos, o las abuelitas
como tú o las mamás como yo, sino todas las generaciones.
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